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viernes, diciembre 27, 2024

Un año de Milei: no faltó resistencia; sobraron traidores, empezando por la CGT

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Este jueves, en El Destape, Claudio Scaletta escribe un artículo que lleva por título “Un año de ajuste sin resistencia social”. En la bajada de la nota se señala, además, que “obturar los incentivos, junto a la amenaza potencial de represión física y judicial, funcionó como un freno inesperado mientras la reacción generalizada de los desposeídos no aparece”.

Ignoramos si el título fue puesto por el economista o por un editor/editora. Es una cuestión secundaria. Lo importante es que Scaletta plantea una mirada que se ajusta poco y nada a la realidad. La del presente y la del pasado. Los argumentos sirven -como casi todo lo que escribe el autor de “La recaída neoliberal”- para pedirle al peronismo que gire aún más a la derecha.

Dice Scaletta que la primera “certeza” es “que el modelo [de Milei, NdR] no enfrenta, ni remotamente, la resistencia social con la que algunos opositores soñaban. Los votantes mayoritarios en el balotaje querían orden económico y social y, por ahora, el gobierno se los está brindando. Menos piquetes e inflación en baja son la fórmula mágica”. No se sabe quienes son los opositores que “soñaban” con esa resistencia. Ni cómo la soñaban exactamente. Nuestro tema no son los sueños; se lo dejamos al psicoanálisis o a los eventuales “intérpretes de Jung” que tiene el peronismo.

Sí se puede decir, en concreto, que desde el primer día de gobierno de La Libertad Avanza, hubo dos estrategias para enfrentar a la derecha gobernante: la del peronismo y la que planteaba la izquierda trotskista. Y que, claramente, llevaban a dos caminos distintos. La primera empujó a la resignación y la desmovilización. La segunda apostó y apuesta por el despliegue más amplio de la resistencia en la clase trabajadora, la juventud, los jubilados y otros sectores sociales.

La dirección del peronismo apostó, de inmediato a la desmovilización. Desorientado por la derrota electoral a la que condujo la catastrófica gestión de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa, se guardó esperando mejores tiempos. Se negó a salir a la calle ante las amenazas represivas; creó temor entre sus simpatizantes y sus votantes, diciendo que había llegado “el fascismo”; se borró de numerosos reclamos. De hecho, la casi totalidad de las organizaciones peronistas y kirchneristas estuvieron ausentes de las marchas de resistencia que tuvieron lugar contra el primer proyecto de Ley bases. En esas movilizaciones la represión fue feroz y hubo heridos: Matías Aufieri, abogado del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (Ceprodh) y militante del PTS-FITU, perdió la visión de un ojo por un balazo policial.

La izquierda, las organizaciones sociales independientes, las asambleas barriales -que surgieron a fines de diciembre- y el sindicalismo combativo tuvieron otra orientación desde el inicio del gobierno de Milei: tomar las calles; apostar a la lucha y la resistencia; exigir a las organizaciones sindicales que dieran una pelea a la altura del ataque que estaba en curso.

En su columna, Scaletta absuelve de toda responsabilidad a la CGT. Escribe que “sin embargo, no faltan quienes esperan que las organizaciones sindicales hagan el trabajo que le corresponde a la dirigencia política y que muestren una resistencia y una actitud combativa que no solo no representa el ánimo de los jefes sindicales, sino tampoco al estado actual de la sociedad”.

No está demás recordarle a Scaletta que esos “jefes” son parte del peronismo. Héctor Daer, Pablo Moyano y muchos otros estuvieron presentes en el acto que realizó Axel Kicillof el 17 de octubre. Días antes, el dirigente camionero se fotografió con Cristina Kirchner. Entre los vicepresidentes del “nuevo” PJ cristinista está Ricardo Pignanelli, dirigente del Smata, que viene avalando despidos y retiros (nada) voluntarios en grandes automotrices de Córdoba y Buenos Aires.

Esa misma dirigencia burocrática es la que dejó pasar el ajuste del Frente de Todos sin convocar a un solo paro nacional o a medidas de lucha contra el mismo. Fue en esa gestión peronista que la inflación y la precarización del empleo permitieron una caída sustancial del salario de la clase trabajadora.

Pero, además, es falso que esa traidora pasividad representa el “estado de ánimo de la sociedad”. La CGT convocó a dos paros nacionales: el 24 de enero y el 9 de mayo. El primero, a pesar ser en pleno período vacacional, tuvo un importante acatamiento. El segundo fue un parazo con todas las letras: en el AMBA, donde funcionaba una fracción del transporte de colectivos, se vieron unidades circulando prácticamente vacías. Esa misma tarde, evidenciado su estrategia, la conducción cegetista, le propuso al Gobierno negociar. Es decir, Daer, Acuña, Moyano y cía. usaron la fuerza de la clase obrera para abrir una rosca corporativa con Milei. Luego de eso, vinieron meses y meses de tregua, solo interrumpidos por el -también muy potente- paro de los gremios del transporte el 30/10.

Desde el punto de vista de la lucha de clases, la CGT y las conducciones burocráticas impidieron la extensión de la resistencia al ajuste que mostraron los dos paros nacionales; las masivas marchas del 8 de Marzo y el 24 de Marzo; las masivas marchas universitarias y las tomas de facultades en todo el país; las decenas de conflictos que tuvieron lugar en importantes gremios (ferroviarios, aceiteros, aeronáuticos, UTA, etc) y numerosas provincias (docentes en Neuquén, Jujuy, Córdoba, Santa Fe, entre otras).

La CGT actuó como corporación, buscando negociar con el Gobierno en lugar de enfrentar un plan de ajuste que atacaba al conjunto del pueblo trabajador. Un papel similar cumplieron las direcciones burocráticas del movimiento estudiantil y de las organizaciones de los trabajadores universitarios. Allí también hubo una estrategia de usar la movilización para (malas) negociaciones corporativas.

Esas luchas no llegaron a generalizarse. Sin embargo, mostraron una disposición a la lucha que estuvo muy por encima de la decisión de la propia dirigencia burocrática. En el Hospital Laura Bonaparte, fue la decisión de la base, funcionando en asamblea, la que logró una lucha unitaria que derrotó el intento de cierre. Los trabajadores aceiteros demostraron disposición a pelear por su salario, exigiendo, además, que las centrales sindicales rompieran la tregua. La docencia neuquina mantuvo una lucha durísima durante semanas, con la base imponiendo medidas de lucha a la dirigencia provincial del gremio.

Es decir, en los procesos de lucha existió una voluntad de lucha que, de extenderse y generalizarse, muestra un camino para pelear por imponerles a las direcciones sindicales burocráticas un cambio de orientación. Nuestro partido, el PTS-FITU, apostó siempre a la autoorganización y la coordinación de las distintas luchas para unir lo que la burocracia divide.

Scaletta escribe solo para proponer -una vez más- que el peronismo gire política y discursivamente aún más a la derecha. Afirma que “la oposición nacional popular enfrenta la demanda impostergable de construir un nuevo relato. La tarea no es fácil porque ya le prometió a la sociedad que se podía regresar a una edad de oro y la defraudó”. El economista, fiel a su credo, vuelve a pedir que se deje de lado cualquier ataque al extractivismo. Entusiasmado por el superávit energético y por las inversiones que podrían llegar, le pide al peronismo que deje de hablar en contra del saqueo ambiental. El “nuevo relato” se parecería bastante, demasiado, al que hizo Sergio Tomás Massa, hace poco más de un año, cuando dijo que la Cordillera bien podría ser considerada una “torta”.

Volvamos al principio. Y a los sueños. Aún hoy, hay dirigentes y periodistas que sueñan y convocan a soñar un peronismo progresista, capaz de enfrentar seriamente el ajuste de la derecha, el FMI y el gran empresariado. Sin embargo, a la hora de despertar, la realidad es bastante más cruenta. La dirigencia peronista realmente existente, la que habita el mundo diurno, es la que negocia con Milei una antidemocrática reforma electoral que podría privatizar las elecciones y proscribir a la izquierda. Es la que sostiene el apoyo abierto a esa dirigencia sindical traidora. Es el que considera imposible romper con el FMI o afectar seriamente los negocios de los grandes capitalistas. Es el que espera al fracaso de Milei para volver electoralmente en un país arrasado. La pasividad de las dirigencias sindicales es funcional a esa estrategia electoral. Para quienes quieren enfrentar y derrotar a la ultraderecha gobernante, el peronismo realmente existente está lejos de ser una alternativa.

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