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viernes, febrero 21, 2025

El porvenir del amor en épocas de un Otro que no existe

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No se aporta nada nuevo ni mayormente esclarecedor al señalar que las redes sociales y el mundo cibernético se han convertido en un escenario para el despliegue de un yo colonizado, gozante y excesivo, un yo sin bordes. En definitiva, un yo sin el Otro.

El capitalismo, en su vertiente neoliberal, promueve un imperativo de éxito individual; exige un cuerpo ligado al acto y desprecia un cuerpo inscripto en la palabra. Un cuerpo desprendido del Otro, un otro que se convierte en competencia o estorbo. Cuerpos desanudados en una época comandada bajo un lema implícito: “el Otro no existe”.

En este escenario, que debilita las fuerzas de lo colectivo y alienta las “fuerzas del cielo”, se masifican discursos mesiánicos que pregonan una libertad que enmascara prácticas políticas vinculadas a la crueldad.

A propósito de ello, en su texto clave “La Iglesia y el Ejército, dos masas artificiales”, Sigmund Freud abre una puerta para reflexionar sobre el vínculo psíquico y político que une los discursos religiosos y militares. Todo funciona según un lazo de sometimiento. La clave profunda de las relaciones humanas en esos espacios es la sumisión a los altos mandos (¿las fuerzas del cielo?). En este sentido, resulta fundamental cuestionar discursos que degradan el tejido social desde lo más distintivo: la diferencia.

Cabe entonces preguntarse si la dificultad (¿o la intención?) del presidente de la Nación de señalar a la comunidad LGTBIQ+ como chivo expiatorio responde únicamente a la patologización de la diversidad y la reivindicación de la ciencia de laboratorio, o bien a su incapacidad para reconocerlos como otros en la dimensión del amor.

El movimiento de derechos humanos de la comunidad en nuestro país ha sido el epicentro de una larga lucha y de conquistas sociales desde principios de los años setenta (matrimonio igualitario, Ley de Identidad de Género, Ley de Cupo Trans, adopción monoparental, etc.). Pero también ha significado, en términos de representaciones sociales, la posibilidad de que los integrantes de esta minoría se piensen y construyan dentro de un proyecto de amor, de familia y de trabajo. En definitiva, en un proyecto colectivo.

¿Será esto lo que resulta “imperdonable” para los sectores más retrógrados y conservadores? ¿Su inclusión en el mundo de los derechos, pero también en el del amor?

En tiempos de un Otro que no existe, diluido entre discursos brillantes de coaching y autoayuda que insisten en que “hay que aprender a quererse a uno mismo para querer a los demás”, asistimos a la desaparición del otro en la experiencia del amor.

Lacan advierte que “todo es afectado por la dimensión de la otredad. Si el deseo es el deseo del Otro… si el yo es la imagen del otro… La libertad no es sin Otro”. La concepción de la libertad en Lacan es profundamente social; no existe sin lazos fundados en el amor, potentes y transformadores. Por ende, no hay posibilidad de ejercer la libertad sin la garantía de derechos. ¿Cómo construir el porvenir del amor en tiempos de un Otro que no existe?

En 1927, Freud escribió “El porvenir de una ilusión”, donde define la noción de “sentimiento oceánico”, una idea que plantea la sensación de completud, de ser “uno con el mundo”, asociada a principios religiosos de totalidad. Una totalidad que se sostiene a costa de la negación de la otredad y la diversidad. ¿Cómo recuperar la singularidad de un colectivo que vuelve a ser atacado por discursos totalizantes y segregacionistas?

En un sistema que impone la idealización del presente, el deseo como acto político impulsa un proyecto entramado en la historia y en la construcción de un futuro junto a un otro. En un contexto donde las diversidades insisten en nombrarse como resto, salir a las calles es un acto de resistencia ante las amenazas de pérdida de espacios y derechos conquistados, justamente por quienes deberían garantizarlos.

Y la diversidad no puede existir sin deseo, porque de lo contrario sería sometimiento. Es necesario desplazar el estigma y enfrentarse al enigma del encuentro con el otro. Porque el enigma genera preguntas, da voz, transforma y construye puentes con ese otro que se convoca, se abraza en una plaza, marcha y amplifica sus cantos. Un otro que se reconoce en lo colectivo y que levanta su bandera por quienes, históricamente, han sido excluidos de sus derechos y también de la dimensión del amor. Porque el amor no es solo un mandamiento religioso: el amor es un derecho.

* Psicólogo y Profesor en Psicología, egresado de la Universidad de Buenos Aires. Psicoanalista, especialista en clínica con niños y adolescentes. Docente de la materia Salud Pública y Salud Mental, Cátedra II, en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

por Jorge Prado *

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